〰Fusión〰

 Una sombra me persigue, intento perderla pero no me abandona. Cambio de vereda una y otra vez, me escondo detrás de los árboles que bordean la costanera, pero es inútil,  aunque no está a la vista la siento, sigue allí, incansable, unas veces delante y otras detrás de mi, a pesar de los atajos que le impongo. Y en eso estoy, entretejiendo senderos de escape, cuando los veo.

Vienen caminando despacio hacia mí. Oigo el estruendo de las olas que rompen y se deshacen en millones de gotas minúsculas y brillantes al otro lado del murallón. Puedo imaginar como se arremolinan sobre las rocas, como vuelven hacia atrás, crecen y de nuevo se lanzan hacia adelante con violencia.
La joven y el cachorro se acercan a la velocidad posible para las cuatro patas diminutas y peludas. El sol a sus espaldas me enceguece, giro la cabeza para evitar el resplandor y veo a la sombra, sigue detrás de mí, ¿o debería decir delante?  Vuelvo la cara hacia el sol buscando a la muchacha y su mascota, están cerca ahora, a unos pasos; el cachorro viene moviendo la cola en un saludo amigable y confiado;  huele mis zapatillas, me inclino y atrapo el peludo cuerpecito. Lo levanto. -- !Qué lindo!
La lengua rosada intenta besos entusiasmados, lo aprieto contra el pecho y siento su calor, muy pronto se remueve inquieto entre los brazos y trata de soltarse. Como si presintiera. La adolescente observa sin desconfianza y llama por su nombre al minúsculo proyecto de perro, una manera cortés de decirme que lo suelte.
No le hago caso, dejo de oírla.  Es como si hubiera salido de mi cuerpo, me veo con el cachorro apretado entre los brazos, veo  como levanto esa masa peluda y temblorosa que forcejea para escapar y con movimientos inexplicablemente lentos lo arrojo hacia las olas. Un sacrificio a Poseidón que espera en Aigai, tridente en mano. Los gritos de la joven me alcanzan apagados por el rugido triunfal de las olas que revientan contra las rocas. Observo la caída lenta, las patas agitándose en el aire buscando apoyo. Por fin las olas lo envuelven en un abrazo perverso, poderosas lenguas de espuma lo revuelcan y saborean, después desaparece tragado por las bocas del océano.
Los gritos pidiendo ayuda ahora me penetran. La joven corre hacia las rocas en un intento fútil de salvataje. Con pasos rápidos huyo, con el sol en la espalda y la sombra por delante,  concentrado en un súbito agobio, apenas le presto atención, no se como explicar una acción más desquiciada que cruel; por alguna razón el sacrificio de una pequeña vida parece relevante, significa algo, pero no se qué. Escapo, atento solo a esa fuerza desconocida que habita en mí y en la que no me distingo, esa irreconocible oscuridad que se adelanta a mis pasos. Camino sin rumbo y sin noción del tiempo. 
Respirar  es una tarea difícil, paralizado por un cansancio inexplicable de pronto me doy cuenta que estoy sentado muy cerca de la rompiente y que las olas se deshacen sobre las rocas en millones de gotas minúsculas y brillantes que salpican mis pies. Con esfuerzo me pongo de pie y voy hasta el murallón;  no me sorprende verlos venir, la joven y el diminuto manojo caliente de vida, sangre y pelo. Lo llama una vez y vuelve a llamarlo cuando él se detiene y mete, indagador, la húmeda nariz en una mochila abierta sobre la vereda; husmea los oscuros secretos del propietario que semi-desnudo sobre el malecón, cumple con el rito de adoración al sol. Derrotado y débil le doy la espalda al sol y me alejo con pasos inseguros, ella va adelante.
El día se retira en el horizonte dándole permiso a la noche para que se adueñe de las horas que vienen. Y estoy aquí, en las rocas; espero que las olas me arrastren hacia Aigai. Ya siento sus lenguas muy cerca. Alguna más impaciente rompe y me moja la cara, pero nada más, enseguida se retira, es como si una mano poderosa sostuviera las riendas. Siento el sabor de la sal en la boca. Una vez más advierto la presencia, aunque ahora más diáfana allí está, no quiere abandonarme, siento que es inútil luchar y ella, obstinada, se funde en mí cuando las últimas luces del día le abren paso a la noche.

                                                                                ©Cristina Wnetrzak

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