El Cónclave....
Salgo dando un portazo, quizás sea la última puerta que cierro. Ya en la calle me doy cuenta que las nubes se deshacen en lluvia, o acaso es que lloran, quizás por mí. Esta noche es la noche. Hierro, hormigón y vidrio confinan el frenético y ruidoso trajín humano de la ciudad, pero en un suburbio, próximo al río, existe este rincón con jardines color oro y ocre, habitado por árboles que el invierno ha saqueado dejando troncos y ramas pelados, ennegrecidos por la lluvia y el frío. Los encuentros en el árbol sólo se dan cuando la noche inclemente tiende temprano su sombra silenciosa y los fríos invernales apuran al transeúnte tardío a buscar refugio. Las calles quedan desiertas y toda señal de vida cálida y vibrante se resguarda entre paredes de ladrillo y cemento. En este callado rincón de la urbe se entrecruzan caminos móviles, todos me conducen hacia el gran árbol que parece curvarse bajo el peso de su propia tristeza, las ramas vacías y negras. El invierno es id